Smart cities y GCTI
En iTTi prestamos atención preferente al gobierno corporativo de las tecnologías de la información por quien tiene, en las empresas y organismos, la obligación y potestad para ejercerlo; esto es, por quien tiene la responsabilidad última de decidir sobre la aplicación y uso de dichas tecnologías en el ámbito de la organización: el Órgano de Gobierno (Consejo de Ministros, Consistorio, Consejo de Administración, Patronato, Rectorado, …, según el caso).
Ese Órgano de Gobierno ha de ocuparse, además, de identificar a todos los ‘interesados’ (incluidas sus demandas y necesidades) y de proveer de forma justa y eficiente para su satisfacción.
Eso -que, naturalmente, está sujeto a diferentes principios, leyes/regulaciones y prácticas- se realiza mediante la persecución de tres grandes objetivos (potencialmente antagónicos, por lo que hay que lograr su equilibrio): 1) materializar los beneficios de las actuaciones (rentabilidad económica, en lo privado; o social de lo económico, en lo público); 2) optimizar el riesgo (tanto el derivado de lo que se hace, cuanto el de lo que se omite); y 3) optimizar los recursos.
Sin embargo, en la práctica, no pocas de las referidas actuaciones han adolecido de un considerable desgobierno en lo relativo a la aplicación de las tecnologías, derivando en notables fiascos, públicos y privados.
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La smart city (ciudad inteligente) es un concepto relativamente moderno y aún poco cristalizado; pero -entre otras características- creemos que todos los expertos coincidirían en incluir al menos: a) un uso intensivo de lo digital (con una dependencia globalizada de infraestructuras y servicios); y b) una alta concentración, diversidad, y poder de agentes y otros ‘interesados’ (con una amplísima superposición).
Se dan, además, en el ámbito de la smart city, tres aspectos que, a nuestro parecer, merecen particular atención: 1) desequilibrio entre ‘tecnologías de las cosas’ y ‘tecnologías de las personas’; 2) amenazas a la privacidad; y 3) riesgos derivados de la alta integración no orgánica.
1. Una notable mayoría de los sistemas de las grandes ciudades -el paradigma es el manido ejemplo de la regulación del tráfico- pertenecen al dominio de la ‘tecnología de las cosas’, a la Internet de las Cosas (en este contexto urbano cabría señalar ‘de las Casas’); pero apreciamos un déficit en ‘tecnologías de las personas’: Administración-e, sanidad-e, educación-e, voto-e, mayor democracia participativa (que no asamblearia). Tal desequilibrio podría interpretarse como una carencia de equidad en la asignación de recursos tecnológicos y una excesiva delegación (cuando no dejación), por parte de los órganos de gobierno, en gestores técnicos (tecnólogos).
2. El éxito -al menos una parte- de las ciudades inteligentes se basa en el análisis de los “Datos a lo Grande” (Big Data) que manejan lo que hoy son redes de propiedad privada como Uber (transporte urbano de viajeros), AirBnB (alojamientos), emisores de tarjetas de crédito, etc.
Los incuestionables beneficios en mejora de la calidad de vida que servicios como los citados aportan llevan asociados costes y riesgos poco divulgados e interiorizados: a) una seguridad cuestionable (“ciber-inseguridad” la llama el colombiano Prof. J. Cano); b) un riesgo creciente de deterioro de la intimidad, al que todos contribuimos pasivamente en nuestra interacción digital, y otros muchos activa y obsesivamente; c) en lo colectivo, un riesgo de ser regulados, en todo o en parte, por un Gran Hermano; y d) la creciente erosión de la confianza digital [i].
3. La ‘inteligencia’ (smartness) de las smart cities se basa principalmente en la integración de sistemas en red. Tanto más eficaz cuanto mayor sean la integración, la interconexión, la centralización de las decisiones [gobierno] (aunque sean automáticas) y el tamaño [ii].
Pero ese crecimiento de las utilidades exponencialmente con el tamaño lleva parejo un crecimiento igualmente exponencial (a igualdad de medidas convencionales de seguridad) del impacto de una violación. Algo que sólo es contrarrestable en las etapas de especificación y diseño, creando sistemas modulares, cuasi-separables (bajo acoplamiento entre módulos) y degradables estratificadamente: sistemas muy ‘orgánicos’. Naturalmente, en las megalópolis -crecientes en número y dimensión- esta cuestión es vital.
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Esos son [algunos de] los retos a los que, sin duda, hubo de enfrentarse la que es hoy la sociedad más digitalmente preparada del globo, según acaba de señalar el Foro Económico Mundial en su recién publicado informe “Global Information Technology Report 2015”. Hablamos de Singapur, la pequeña isla-ciudad, conocida como uno de los “cuatro dragones”, junto a Corea del Sur, Hong Kong y Taiwán, en honor al desarrollo industrial que todas ellas han alcanzado en las últimas décadas.
En el caso de Singapur, que celebrará este verano de 2015 su cincuenta aniversario como estado soberano, quienes tomaron la decisión de adoptar las tecnologías de la información como palanca para el crecimiento de la ciudad y convertirla en lo que tecnológicamente es hoy, lo hicieron en 1981, cuando el país tenía apenas quince años de vida. En aquel momento, el lugar, un pequeño territorio insular sin apenas recursos naturales, no contaba más que con la capacidad individual de sus nacionales como herramienta para crear riqueza. Tal vez por eso se adoptó una visión a muy largo plazo: ¡treinta años!
El mencionado 1981 fue el año del lanzamiento del primero de una serie de programas de digitalización que llegarían hasta la presente década: Programa de Informatización del Servicio Civil (1981); Plan Informático Nacional (1986); Programa Informática 2000 (1992); Programa Singapur UNO (1998); y el Plan Maestro Infocomm 21 (2000-2010).
El camino ha sido largo; pero, con toda seguridad, ha merecido la pena. Singapur no sólo ocupa el primer puesto entre las sociedades más “conectadas”; sino que, además, es el noveno país del mundo en el índice global de innovación del Foro Económico Mundial, el segundo en su índice de infraestructuras y el segundo, también, en el de educación.
Todo ello la convierte en la segunda economía más competitiva del mundo, sólo por detrás de la Suiza (según el FEM); lo que confirma que la construcción de una ciudad inteligente trasciende los aspectos meramente tecnológicos para adentrarse en el impacto global que la aplicación y uso de dicha tecnología tiene sobre las vidas de las personas que la habitan.
¡Excelentes decisiones y mejor aún (visionario) órgano de gobierno! ¡Envidiable!
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Este artículo se publicó originalmente por la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD). Revista APD, nº 307, págs. 42-44, abril de 2015. “’Smart cities’ y gobierno corporativo de las tecnologías de la información”. Manolo Palao y Miguel García-Menéndez.
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[i] “La Global Commission on Internet Governance (GCIG) ha publicado este mes de abril "Toward a Social Compact for Digital Privacy and Security", un importante documento de 29 páginas que —al considerar necesario restaurar la perjudicial erosión de confianza a que ha conducido la falta de un amplio acuerdo social sobre normas que regulen la privacidad y seguridad digitales— propone que todas las partes interesadas colaboren en la adopción de normas para un comportamiento responsable en el uso de Internet”.
URL:: http://www.ittrendsinstitute.org/perspectives/item/nuevo-contrato-seguridad-digital
URL::http://www.chathamhouse.org/sites/files/chathamhouse/field/field_document/20150415GCIG2.pdf
[ii] “Network externalities are defined as the increasing utility that a user derives from consumption of a product as the number of other users who consume the same product increases (Katz and Shapiro 1985). For example, the more people there are in a telephone network, the more users can be reached on the network, thereby increasing its usability. Fax machines, broadcast industry services, credit card networks, and computer hardware and software are examples of products exhibiting network externalities.” McGee, J.; Thomas, H.; Wilson, D: Strategy. Analysis & Practice. Mc Graw-Hill. 2005. p.465.
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